Guadarrama y la cabra montés, un cúmulo de despropósitos

2 de diciembre de 2019

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8,2 minutos

La cabra montés (Capra pirenaica) es posiblemente una de las especies de fauna más emblemáticas de la Península Ibérica. Su majestuoso porte, los parajes montañosos que habita y las peleas entre los machos durante la época de celo han sido toda una inspiración para los amantes de la naturaleza en nuestro país, y muy especialmente para generaciones de cazadores que han buscado su trofeo.

En España, se estima que existen alrededor de 50.000 individuos repartidos en 27 núcleos de población, y en general las poblaciones no han dejado de crecer durante las últimas décadas gracias al cuidado en espacios protegidos a través de la gestión cinegética. Es importante destacar que aquellos lugares que son habitados por las cabras suelen tener un alto valor natural, incluyendo parques nacionales y reservas de caza, espacios cuya primera figura de protección fue la de «Coto de Caza», preservándose así tanto las especies cinegéticas como las que no lo son. No obstante, no todas las poblaciones de cabra montés gozan de «buena salud», unas por el azote de las enfermedades y otras por la incapacidad de realizar una correcta gestión, caso de la población de la Sierra de Guadarrama.

¿Qué está pasando con la cabra montés en la Comunidad de Madrid?

La cabra montés desapareció de la Comunidad de Madrid a finales del siglo XIX, y fue finalmente reintroducida en la Pedriza en 1989, reintroducción que fue sugerida bastantes años antes por el propio Félix Rodríguez de la Fuente. Durante los años sucesivos se liberaron un total de 67 ejemplares que 30 años después han constituido un núcleo poblacional que ronda los 5.000. El problema está en que se ha alcanzado una densidad media de hasta 47 cabras/km2 (100 hectáreas), un valor que triplica la capacidad de carga que el territorio puede soportar.

 

Son dos las razones para justificar este desastre ambiental, que ya está afectando a la flora protegida del parque y que, en breve, es muy posible que afecte a la propia fauna ya que estas sobrepoblaciones conllevan una autoregulación de la naturaleza en modo enfermedades y zoonosis como la sarna. Por un lado, Guadarrama es un parque nacional y la ley que regula estos espacios de máxima protección ambiental prohíbe la caza deportiva y comercial. En definitiva, un recurso que podría generar en la sierra madrileña millones de euros de actividad económica para los pueblos se torna en gasto para el contribuyente.

La segunda razón es que, aunque la Consejería de Medio Ambiente realizaba controles poblacionales para reducir o mantener los niveles poblacionales, el Partido Animalista Contra el Maltrato Animal (PACMA) acudió a los tribunales e impugnó el Plan de Gestión que la Comunidad de Madrid se disponía a aplicar para salvar al hábitat y a las propias cabras de las consecuencias de la sobrepoblación. Un proceso en el que en su momento la Fundación se personó como entidad codemandada apoyando a la Consejería de Medio Ambiente.

Por qué es negativo que haya tantas cabras

Por dos razones sencillas: no hay alimento natural para todas las cabras y la elevada densidad puede hacer que aparezcan enfermedades zoonóticas perjudiciales tanto para las cabras como para el ser humano. Se ha demostrado que la cabra montés, tan hábil como su pariente doméstica para encontrar alimento, se está comiendo plantas de alto valor ecológico que se encuentran en Guadarrama. Este daño en la flora está incluso llegando al suelo, y cuando el suelo se pierde el hábitat y sus criaturas desaparecen.

Por el momento, no se han registrado brotes de importancia de enfermedades como la sarna, que causa una muerte lenta y dolorosa a los animales silvestres y domésticos que la padecen; pero según los veterinarios, hay un alto riesgo de que se produzca, y se trata de uno de los peores finales que un animal puede tener. También es posible que esta sociedad tan sensible con cualquier cuestión animal prefiera la muerte por un sarnazo que por un cazador. Ecologismo y Animalismo frente a Ecología. Mención aparte merecen otras enfermedades que las cabras podrían transmitir en estas elevadas densidades al ganado y al ser humano, una bomba de relojería en toda regla.

¿Cómo se podría solucionar esta situación?

Fundación Artemisan y otras entidades llevan denunciando desde el año 2016 las graves consecuencias de la paralización del Plan de Gestión, aportando estudios científicos que avalan la necesidad de reducir en un 50% las poblaciones de cabra para recuperar las especies vegetales que estamos perdiendo y también prevenir la posible aparición de enfermedades. De hecho, se ha cumplido un año de la sentencia dictada por el Tribunal Superior de Justicia de Madrid que anulaba el Plan de Gestión basándose, únicamente, en un defecto de procedimiento, lo que permitía la tramitación de un nuevo plan corrigiendo ese defecto. En una reciente reunión de Artemisan con el director general de Biodiversidad y Recursos Naturales de la Comunidad de Madrid, se insistió en la necesidad de actuar para que se produzcan consecuencias irreversibles. Hay un compromiso de esta Administración para que en la primavera de 2020 dicho plan esté en marcha.

El punto de «no retorno»

Ecologistas y animalistas entienden que existen métodos alternativos para ejercer un control poblacional de las cabras sin ser necesaria la caza; cabe preguntarse cómo se podrían capturar las cerca de 600 cabras/año que apuntan como necesario desde la Universidad Politécnica de Madrid, y cuánto dinero costaría al contribuyente. Cuánto detraeríamos de recursos básicos para la sociedad. Centenares de miles de euros que costaría al contribuyente frente a millones de euros que ingresarían las Administraciones competentes. Dinero que detraemos de necesidades básicas, frente a dinero que generaríamos para invertir en educación o despoblación.

Pero sin lugar a dudas, lo que hay que hay preguntarse es hasta cuándo tendremos que esperar para que se puedan tomar medidas ante un problema tan serio. Quizás hasta que se alcance el punto de «no retorno», momento a partir del cual los esfuerzos son en vano.

«Irresponsables ventas de cabras a Francia»

A finales de 2014, el Ministerio de Agricultura cometió uno de los mayores errores que se pueden cometer en materia de caza y conservación. La entonces ministra francesa Ségolene Royal fue capaz de convencer a nuestro país para que les «vendiéramos» ejemplares de la única especie autóctona y endemismo ibérico, como es la cabra montés, que juega un papel fundamental en la economía de muchas zonas rurales. El turismo cinegético para la caza de cabra montés cada vez es más demandado, especialmente con origen americano, llegando a pagar decenas de miles de euros por un solo ejemplar, sumado a lo que genera para la economía de la hostelería de cada comarca.

Entonces, el ministerio intentaba tranquilizarnos diciendo que en el acuerdo no se permitía cazar en Francia… ¡faltaría más! La cuestión es que, si hasta la fecha han sido más de un centenar los ejemplares soltados y conociendo los patrones de crecimiento de la población, sí o sí esta especie deberá ser controlada en un poco más de una década, cazando o bajo el eufemismo del control de poblaciones. Todo un despropósito del cual aún seguimos orgullosos, porque se siguen produciendo año a año. Increíble pero cierto.

Artículo publicado en ABC el 2 de diciembre de 2019. Lee el artículo original aquí

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